Alter Vita

Porque la vida no es suficiente

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Lugar: Badajoz, Spain

miércoles, mayo 31, 2006

Noblesse oblige, 1

Cuando una aportación a mi blog, vía comentario, lo merece, me gusta señalarlo "para el público en general" (ejem), sobre todo si es en un hilo antiguo (mmm... ¿quién ha dicho Odradek?) y por tanto corre el riesgo de pasar desapercibido para las masas que, lo sé, frecuentan éste mi pequeño rincón en el ciberespacio (blablabla)... Así que rescato aquí el comentario "parabólico" (uséase, en forma de parábola cuasi-bíblica) de mi estimado siempre José Luis "llamadme Ismael" Muñoz, cazador de todo tipo de ballenas blancas que se le pongan a tiro de arpón (ejem) así como de otras especies "animales" y faunas preferentemente nocturnas (pero no revelaré anécdotas de noches regadas en alcohol -no aquí, al menos). El comentario reside en el hilo "Ciencias de la Naturaleza dance edit mix", versión remezclada del clásico (ejem ejem) con scratches de DJ JinWicked y arreglos vocales de MC OzeOze (si lo leéis con ritmo sincopado suena a rap, telojuro...)
Enjoy...

La maldición de los Panero, 1

(Mientras leo Babelia):...cuando la literatura prometía la vida entera, poseerla, acariciarla bella y comprensible al fin. ¿También en el aprendizaje de la literatura -como en el de la vida- hay una decepción? ¿Tampoco como escritor he llegado a ser el hombre que esperaba?

El Club Vradbury II: La venganza.
Je me souviens... Me acuerdo de Ugarte y Abelenda, sintiéndonos dioses minúsculos y gloriosos, inventando vidas de papel en conversaciones que adquirían el ritmo de sucesivas y vertiginosas tazas de café... Aún quedaba todo por delante, pero era delicioso demorarse en esa dulce expectación, esa ensoñación compartida de cada viernes por la tarde. Y sentir, como literatos de manual, una herida abrirse cada vez que una nueva idea nacía (a veces nos peleábamos, no por quedárnosla, sino por endosársela al otro) y pasaba a engrosar ese fondo común que con los años ha devenido fosa común
(nota mental: evitar el palabrismo a lo Aute)
donde se acumulan tantas expectativas incumplidas, tantos límites aprendidos, tantas derrotas sufridas
(nota mental: escuchar menos cantautores)

Continuará...

(Volviendo a Babelia): "...la luz de los viajes, las huellas que dejan las miradas". "Un profesor de geografías imaginadas". "Ese especialista en públicos escasos, escritor de sombras". (De la crítica a Ya verás, de Pedro Sorela, por Javier Goñi).

Y pienso:
Las verdades del barquero, 1, I: Para escribir hace falta ser escritor.

Pero pienso también:
La trampa del yo es "llegar a ser". No hay mayor traición concebible.

Así que, al final, dejo de pensar, me asomo a la ventana, y pienso entonces:
En la noche, cada ventana es una huída.

...lo cual, obviamente, no soluciona nada, pero me deja lo suficientemente agotado y hastiado como para concederme una tregua de varias horas de sueño.

FIN (por ahora).


Oración final: Bendita posmodernidad, que todo lo permites...

jueves, mayo 18, 2006

"La costumbre del domingo" (final)

Ducha y media después ya recuerda cómo se llama, y es capaz de reconocer el rostro somnoliento que le devuelve el espejo mientras se repasa el rimel, con una tostada atrapada entre los dientes. Aún más, tiene abierta en su pizarra mental la agenda con las citas que la esperan ese día, que repasa meticulosa entre pincelada y mordisco, destapando un bolígrafo imaginario para apuntar un asunto que acaba de venirle al recuerdo. Aprovecha la situación para subrayar en rojo un par de reuniones de trabajo a mitad de semana, rodear con un círculo algún que otro teléfono recaudado anoche, y tachar dos o tres encuentros con amigas que naufragan en el aburrimiento, cuyo hastío ya no tendrá tiempo de compartir. Un suspiro se le escapa entonces del alma y le arranca de la boca la tostada, que cae al suelo estampándose, proverbialmente, por el lado untado de mermelada diet. Mira la huella pringosa con fastidio, y en el movimiento la raya del ojo le sale torcida; cuando vuelve a buscar su imagen sulfurada en el espejo repara en el reloj de pared, que anida a su espalda en el reino invertido que se agazapa tras el cristal, donde los segundos escapan presurosos en dirección contraria como si fuera posible recuperar el tiempo perdido… Un zapato lanzado con puntería diluye la ilusión, y el tiempo vuelve a fluir como suele; ella entonces se da certera los últimos retoques, arregla el desaguisado de la tostada, el del ojo y aun el del alma, y sale como una exhalación por la puerta del apartamento…

La misma puerta la verá ir y venir, salir y volver, frenética y radiante y desconcertada y entera; una puerta batiente seis días a la semana, que sólo llegado el domingo descansará de nuevo, dejará de girar locamente de un lado a otro para ser testigo mudo de una escena tantas veces repetida. La misma escena, puntualmente representada, en la que una mujer entra exhausta a sus dominios, lanza sus pertenencias a cualquier parte, se tiende con sus últimas fuerzas en un sofá, y, poco después, se ve arrasada por un llanto inconsolable que no parece obedecer a razón alguna…

"La costumbre del domingo" (2ª parte)

Horas más tarde despierta en la oscuridad. Charcos de luz resbalan en las paredes, anunciando el áspero ronroneo que sube desde la calle, pasa bajo la ventana y sigue de largo hacia la noche. Es una hora indeterminada, irrelevante. Todo lo que importa está ahora en penumbra, las cosas no tienen nombre, no muestran la máscara agresiva con que el día las vestirá de nuevo al alba. Ella tampoco tiene nombre, no es nadie aún; equidista de todas las “ellas” que conoce (y de algunas que apenas llega a atisbar), a las que mira desde una distancia suave, acolchada, sin prisa por ponerse los ropajes de ninguna en concreto. Por ahora prefiere ampararse en ese íntimo anonimato, ese “no ser” que sólo las sombras le conceden.

Se incorpora con los miembros entumecidos, la caricia del sofá clavada en los huesos. Sin encender la luz se mueve por la casa, guiada por el sendero plateado que la luna dibuja en el suelo; la suave fosforescencia le basta para, ya en la cocina, hacerse una taza de café. Acomete el proceso con movimientos laxos, soñadores, y algunas gotas acaban derramándose sobre la encimera, desde donde caen morosas al suelo. Pero el resultado lo merece, un brebaje de color gris humeante que bebe de espaldas a la ventana, jugando a atrapar la luna entre sus aguas quietas, sintiendo, a cada trago, una pequeña luna nacer en su interior.

A su luz todo es dulce, lejano, irreal. A la vez, todo destella de significado. Las formas ocultas se hacen reconocibles, complejas figuras trenzadas con hilos de plata que se entrecruzan y enredan y superponen dibujando el mapa de su ser. Las recorre con dedos seguros, acariciando aquí, pellizcando allá, comprobando que la tensión en todos los tramos vuelve a ser la correcta. Es un trabajo inacabable, siempre hay nuevos nudos, uniones inesperadas, roturas casi imperceptibles que remendar en el laberíntico entramado, lleno de rincones aún desconocidos, aun para ella. Pero es una devoción explorarse, tocarse por dentro, conocerse; y mientras una taza de café sucede a otra, se deja llevar abstraída en la contemplación de sí misma, en el contacto con su esencia más profunda, el “yo” que es sustrato común a todas sus “ellas”. A su paso el tiempo rendido no puede sino abrir sus aguas, plegarse y condensarse y desaparecer, no existir más, no importar en absoluto…

El graznido del despertador deshace rudo el hechizo. Cabecea sorprendida, y se descubre apoyada aún en la encimera de la cocina, con una taza gélida en la mano, bañada por una luz tísica que le ilumina las piernas desnudas, los pantalones caídos a la altura de los tobillos. Por un instante no comprende, todavía más en el paisaje de claro de luna que en la realidad prosaica de su apartamento, y se resiste a soltar el último tenue hilo que la mantiene asida a sí misma. Pero el estruendo persiste, el hilo acaba por romperse y ella se siente caer, arrastrada por una pesada gravedad hacia su cuerpo físico y, más allá, a la desangelada escena que lo rodea…

Casi puede oír el golpe cuando da con sus huesos en la realidad. De nuevo todo es rugoso y áspero a su alrededor, el suelo que pisan sus pies descalzos, la luz tan débil que hiere, el aire que respira a grandes tragos, aún sobresaltada. Cuando se desprende el último velo que le empañaba la conciencia el ruido se hace intolerable, arrancándola de su inmovilidad para arrojarla a la caza confusa de un origen que no es capaz de definir. Echa a andar con urgencia sonámbula, trastabillándose con los pantalones medio caídos, tropezando con mil objetos desperdigados que la penumbra embosca a su paso, guiándose únicamente por el grado de tortura que el sonido inflige a sus oídos. Por fin, al levantar una prenda extraviada, aparece el ruidoso cascajo, ese insufrible delator de todas sus mañanas, que enmudece tras recibir un puntapié lleno de rabia y vendetta. Entonces se gira excitada, buscando otro enemigo, dispuesta a plantarle cara a lo que sea; repara así en el abrumador desorden de la casa, en la mañana impaciente que ya entra a borbotones por la ventana, en su propia desorientación y abatimiento de recién despierta… Demasiado con lo que vérselas, al menos sin el bautismo de una ducha que le devuelva un nombre y una identidad a los que aferrarse. Así que se retira precavida, caminando de espaldas, suavizando los gestos para no incitar a su inminente antagonista, ese lunes que ya la acecha desde todos los rincones, detrás del rostro de todas las cosas…

miércoles, mayo 17, 2006

"La costumbre del domingo" (1ª parte)

Para Sandra, con amor.

(Ilustraciones de Jin Wicked)

Llega a casa agotada, cansada de tanto divertirse. Declina ya el domingo, pero desde que salió del trabajo el viernes por la tarde no ha parado un momento: los amigos llamando, los planes superponiéndose unos a otros –obligándola a multiplicarse, como sucede a veces en la oficina-, la noche abriendo sus fauces en horario ampliado de fin de semana, devorando insomnes como ella ávidos de olvidarse de sí mismos en su bruma… Más de lo que su cuerpo aún joven, aún fresco, puede soportar. Demasiado. Y a la vez, quizá, demasiado poco.

Lanza el bolso, la gorra y la bufanda hacia distintos puntos cardinales, sin ser consciente de si cada cosa acaba en su sitio preceptivo o, más probablemente, se une al caos incontrolado que de un tiempo a esta parte reina en su casa. Desde que vive sola –desde que él se fue, se obliga a repetir, en un mantra aprendido con esfuerzo en el que, única concesión que se permite, el nombre masculino es sustituido por su pronombre genérico- el desorden ha ido ganando espacio, imponiéndose como una presencia invisible destinada a llenar la brusca ausencia del cuerpo ajeno, la sutil mutilación de lo que un día fue una dicha razonable y civilizada. Ahora esa ausencia insaciable la acecha en todas partes, debajo de una prenda mal colocada, en la suciedad de unos platos sin lavar o entre los discos desparramados en un rincón; un agujero negro siempre dispuesto a engullirla, esperando el día en que un descuido o un arranque de celo o una cita romántica la obliguen a poner orden, y los recuerdos estallen ante ella como fantasmas vengativos. Será otro día, cariño, dice en voz alta mientras pasa junto a algunos rincones de la casa, con los dientes rechinándole aún.

Se ha desabrochado el botón del pantalón, y el sujetador lleva ya tiempo colgando de cualquier manera del respaldo de una silla; de esa guisa abre el frigorífico y extrae de él una bebida nutritiva baja en grasas –y, por desgracia, igualmente parca en sabor-, con la que se dirige hacia un sofá relativamente libre de obstáculos. Su cuerpo se acomoda con la sensualidad del cansancio a los recovecos del mueble, que lo reciben en un abrazo de cojines mullidos, el cálido reconocimiento de un amante familiar a sus formas de mujer. Se relaja, y las extremidades, que estira lánguida, le hormiguean de placer y anticipación ante la perspectiva del descanso aplazado. Enciende la televisión pero no la ve, y, jugueteando distraídamente con un pecho, recuerda algunas escenas de la noche pasada, rostros fugaces, caricias furtivas, luces girando locamente mientras la música machacona le ensordecía la conciencia…

La primera lágrima le pasa inadvertida. El levísimo reguero húmedo no consigue despertar la sensibilidad de una piel adormecida, que hace mucho nadie electriza con su tacto. Tampoco las siguientes, que van descubriendo surcos en sus mejillas –y éstos aparecen nítidos bajo el maquillaje, marcados a hierro y fuego en la piel- parecen poder sacarla de su dulce ensimismamiento. Hacen falta más lágrimas, todo un torrente de ellas para que, sonriente aún, se dé cuenta de que está llorando.

Saluda el hecho con naturalidad y sin sorpresa, torciendo apenas el gesto, dejando la sonrisa deslizarse suavemente comisura abajo. También ella se desliza en el sofá buscando la posición idónea para el llanto, acurrucada contra el respaldo esponjoso, los brazos rodeando firmemente el torso tembloroso, sosteniéndole algo que amenaza desbordarse desde dentro. Al punto llega el primer sollozo, que le suena tentativo, impersonal, demasiado civilizado, como si estuviera forzándolo o la razón de sus lágrimas no hubiera penetrado de manera clara en su conciencia. Se obliga a buscar el epicentro de la tormenta que la sacudirá en breve, y enseguida identifica una fuente, y luego otra, y otra más; se mueve desde dentro hacia esas luces, hacia el dolor que las hace arder, dándole nombre y acariciándolo maternal y llenándose de él hasta que no existe otra cosa. Ya no queda sino dejarse ir, entregarse a esa corriente que la arrastra, sin bracear ni asomar a la superficie más que para tomar aire entre hipidos y jadeos entrecortados; hasta que, con un violento espasmo del cuerpo, un gemido gutural, casi infantil le nace del fondo del pecho y va creciendo gradualmente, extendiéndose como el lamento de una sirena en la atmósfera quieta del apartamento…

martes, mayo 16, 2006

Sueños, 3

Hoy soñé la soledad, mi soledad: mi barrio en carnavales quedaba vacío, tanto que hasta el sonido parecía haberse ido a otra parte, y al pasear las calles había un silencio antinatural, ominoso, sin sonidos de naturaleza ni aun el silbido de un viento inexistente; era como habitar un inmenso compartimento estanco. Los pocos que allí restábamos nos mirábamos incrédulos, sorprendidos de la magnitud de aquel fenómeno; por un instante amagábamos romper a hablar unos con otros, pero ese silencio reverencial nos detenía, nos agarrotaba el habla. Así las cosas, no tenía ningún sentido permanecer en la calle, así que me dirigía a mi casa para al menos aislarme entre ruidosos aparatos más comunicativos que yo mismo y mis congéneres; el sonido era una necesidad casi física. Luego, fugaces encuentros en el portal con presuntos vecinos me demostraban que el silencio se había instalado dentro de cada uno de nosotros; que el habla se había convertido, finalmente, en algo imposible.

"Ciencias de la Naturaleza" (dance edit mix)

Cuenta Bryan Livermoore, en sus Audacias del homo sapiens, la celebración de un congreso quimérico y desquiciado; de un lado, una legión de especialistas en las más diversas materias, prestos a rendir la Naturaleza a sus pies; del otro, lo más crudo del otoño, la campiña inglesa y una mansión victoriana proclive a las humedades. Con un verde abrazo, comenzará el combate.

Los primeros días verán caer sobre el bosque una plaga de hombres armados de lupas y estetoscopios, varas de zahorí y contadores geiger. El hombre de ciencia vive en bello y perpetuo entusiasmo; nada escapa a su mirada, aunque con frecuencia los árboles no le dejen ver el bosque. Algunos llevarán esta máxima a sus últimas consecuencias, y, en un intento de comprender al objeto plagiándolo, enterrarán sus pies en la fronda y alzarán los brazos al acerado cielo de octubre. El pensamiento, inevitablemente, se les acabará deslizando hacia lo vegetal.

Mas, ¿cómo contradecir a quien tiene la Razón de su parte? Otros, aún más osados, se despojarán de las ropas que visten de humano al animal, y, desafiando al frío del otoño, marcharán hacia la espesura a hermanarse con lobos y lechuzas; como un coro de borrachos a una sinfonía, sus voces se sumarán en adelante al canto que todas las noches el bosque eleva a la luna. Cuando el viento del norte traiga el invierno a estas latitudes, las encontrará más pobladas que de costumbre; una rara fauna de quimeras las merodea, malcazando con los tenues restos de su memoria hereditaria, abrigándose con los jirones de batas blancas de laboratorio, y disputándole a pájaros y ardillas un lugar entre las ramas, singularmente cálidas, de unos árboles como nunca vio bosque alguno.

Eureka, cantará el viento, en las inmediaciones de la mansión vacía… Eureka.

miércoles, mayo 10, 2006

Sueños, 2

...Ese sueño recurrente en el que, atravesando un paso de peatones, las fuerzas comienzan a fallar, cada paso se hace un mundo, y uno sólo puede observar cómo el resto de transeúntes se alejan y alcanzan la otra acera sin esfuerzo aparente. Sólo uno (uno solo) queda en la calzada, en mitad del paso de cebra, renunciando ya (tras lucha titánica contra el aire que se resiste a su avance) a completar su trayecto, quieto entre los coches y demás vehículos que comienzan a silbar a su alrededor; sabe que ninguno lo tocará (a pesar de ser un obstáculo para todos ellos), que respetarán su isla en el asfalto; pero, ¿llegará algún día a cruzar del todo el paso de cebra?

viernes, mayo 05, 2006

Nostalgia

Nostalgia de esa época en que uno cree que la literatura es la llave de la vida, que trabajar en una librería, acudir a tertulias literarias o plasmar balbuceos sobre un papel sirve para poseer el mundo, para construir algo bello y perdurable, algo que se parezca a un camino y que permita a quien lo recorre conocerse a sí mismo y comprender lo que le rodea...

(¿Me estoy volviendo un existencialista o es sólo un efecto de la primavera? O, peor aún, ¿estoy cayendo en la maldición de los Panero?...)

martes, mayo 02, 2006

Infiel

Fue un descuido. El té se derramó sobre mi novela en curso, y tuve que tender los folios al sol, como ropas manchadas de vergüenza. Demasiado tarde: los escenarios de mi historia desprendían ya los mil aromas de Arabia, y mis personajes habían comenzado a hablar con un rígido acento británico y a ausentarse de sus obligaciones narrativas a eso de las 5 de la tarde. Con tal desgobierno, no pude concluir la novela.

En cambio, sí pude escuchar una risita escapando de lo más oscuro del estante, donde día tras día, rumiando su abandono, el café maquinaba venganzas sin fin…

Simulacro

Como todos los simulacros, el del adiós apenas sirve para que luego, en el momento del adiós, una apariencia de frialdad domine las palabras y los gestos, ate el temblor de las manos, dicte a la lágrima que rueda mejilla abajo el camino que ha de seguir, un recorrido marcado a hierro y fuego en la piel...

Como todos los simulacros -el del fuego, el del terremoto, el del rescate desesperado- el del adiós sólo sirve para sentirse preparado a la espera de que llegue el momento, calmada la ansiedad por medio de esa pequeña farsa que uno representa sólo para sí mismo, en el teatro lleno de tragedias de la mente.

Como todos los simulacros, el del adiós sólo sirve para sentirse un poco más lejos del adiós, para apagar su necesidad tantas veces perentoria, para aplazarlo apenas un día más...

¿Por qué todos los simulacros lo son de catástrofes?