Simulacro
Como todos los simulacros, el del adiós apenas sirve para que luego, en el momento del adiós, una apariencia de frialdad domine las palabras y los gestos, ate el temblor de las manos, dicte a la lágrima que rueda mejilla abajo el camino que ha de seguir, un recorrido marcado a hierro y fuego en la piel...
Como todos los simulacros -el del fuego, el del terremoto, el del rescate desesperado- el del adiós sólo sirve para sentirse preparado a la espera de que llegue el momento, calmada la ansiedad por medio de esa pequeña farsa que uno representa sólo para sí mismo, en el teatro lleno de tragedias de la mente.
Como todos los simulacros, el del adiós sólo sirve para sentirse un poco más lejos del adiós, para apagar su necesidad tantas veces perentoria, para aplazarlo apenas un día más...
¿Por qué todos los simulacros lo son de catástrofes?
Como todos los simulacros -el del fuego, el del terremoto, el del rescate desesperado- el del adiós sólo sirve para sentirse preparado a la espera de que llegue el momento, calmada la ansiedad por medio de esa pequeña farsa que uno representa sólo para sí mismo, en el teatro lleno de tragedias de la mente.
Como todos los simulacros, el del adiós sólo sirve para sentirse un poco más lejos del adiós, para apagar su necesidad tantas veces perentoria, para aplazarlo apenas un día más...
¿Por qué todos los simulacros lo son de catástrofes?
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