Perezestradianas, 5
¿Cómo podía concentrarse en su trabajo, pensó el oficinista en su cubículo contrachapado de 2 x 2, cuando allí mismo, frente al monitor en que se extraviaba su mirada, había combado de placer a base de caricias urgentes y sudorosas, entre gemidos que a poco despiertan a toda la oficina de su funcionarial somnolencia, a esa compañera de trabajo pizpireta y tan deseable? Supo entonces de la maldición de quienes profanan el ámbito cotidiano; de la imposible vuelta al tecleteo rutinario, a la mirada ocasional al reloj de pared, al bostezo disimulado cada cuarto de hora...
En la pantalla, el cursor parpadeante se reía de él.
En la pantalla, el cursor parpadeante se reía de él.
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