Fragmento relato: "Estirpe"
El viento lo es todo en el acantilado. Envuelve al forastero, lo aísla del mundo y de sí mismo y lo convierte en el niño que tantas veces fue, balanceándose con las puntas de los pies asomando apenas del borde áspero de la roca -algunas piedritas caen por la pendiente resbaladiza-. Luego el viento trae las palabras
“Nuestro tiempo ha llegado”
y parece que se hubiera apropiado de ellas –hace dos días, en este despeñadero- para repetirlas justamente ahora. Pero no es el viento sino yo mismo, mi voz que llega como de muy lejos repitiendo aquella otra voz, y mientras retrocedo hacia la seguridad de la hierba parda quemada por el frío ya no hay niño, sólo, de nuevo, forastero. Y el fantasma de padre que ocupa mi lugar al borde del acantilado, mirando a la mar con esos ojos que ya no parpadeaban nunca fijos en el movimiento de las olas; y cuando habla de nuevo
“Es el fin de esta estirpe condenada”
sé que espera mi respuesta aunque ya no pueda oírla; que sigue esperándola desde anteayer, cuando, ante la pregunta no planteada y el silencio incómodo, acabó por girarse hacia mí –qué difícil sostenerle la mirada, aun en el recuerdo- y con voz serena y persuasiva, tierna a pesar de todo, concluyó
“Nuestros últimos pasos en la tierra”
para suavemente –y de nuevo es hoy- desvanecerse un instante después, cerrado ya el círculo de la memoria.
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