Contraportadas, 2
Mauricio Montiel Figueiras: "La penumbra inconveniente".
«Hace algún tiempo, durante una de esas tardes en que la lluvia cuelga en la atmósfera como preludio de una noche plena de escalofríos, me topé en una estación del metro con el portafolios. Oscuro, casi triste, había sido abandonado en el andén, a unos pasos del túnel, bajo una copia fotostática desde la que sonreía con nostalgia una mujer perdida meses atrás en un pliegue de la urbe.» Así empieza este libro denso y mineral, en el que el principal protagonista es el lenguaje, y en el que los sutiles lazos de unión entre los relatos acaban por constituir una nueva realidad que permanece, bajo mil prismas diferentes, siempre idéntica a sí misma: distintos argumentos, distintos personajes y distintos escenarios que comparten una red en la que se hilvana un objeto—un portafolios, caja de Pandora de astillas narrativas—, una mujer—que reaparece una y otra vez con distintos rostros bajo un mismo nombre—, y un cuadro—el de Edward Hopper—que trasluce algo de esa soledad cruel e indefinidamente nuestra que transcurre en el subsuelo, en la ciudad.
Suena inmejorable, ¿verdad?... En cuanto tenga un hueco en mis lecturas, voy a por él.
«Hace algún tiempo, durante una de esas tardes en que la lluvia cuelga en la atmósfera como preludio de una noche plena de escalofríos, me topé en una estación del metro con el portafolios. Oscuro, casi triste, había sido abandonado en el andén, a unos pasos del túnel, bajo una copia fotostática desde la que sonreía con nostalgia una mujer perdida meses atrás en un pliegue de la urbe.» Así empieza este libro denso y mineral, en el que el principal protagonista es el lenguaje, y en el que los sutiles lazos de unión entre los relatos acaban por constituir una nueva realidad que permanece, bajo mil prismas diferentes, siempre idéntica a sí misma: distintos argumentos, distintos personajes y distintos escenarios que comparten una red en la que se hilvana un objeto—un portafolios, caja de Pandora de astillas narrativas—, una mujer—que reaparece una y otra vez con distintos rostros bajo un mismo nombre—, y un cuadro—el de Edward Hopper—que trasluce algo de esa soledad cruel e indefinidamente nuestra que transcurre en el subsuelo, en la ciudad.
Suena inmejorable, ¿verdad?... En cuanto tenga un hueco en mis lecturas, voy a por él.
2 Comments:
El cuadro es magnífico. Puede dar para muchas historias (pocas con final feliz).
Habrá que seguir profundizando en Hopper.
Acabo de tener una experiencia iluminadora (salvífica), Javi. Miro tu blog, empiezo a saltar a los blogs de amigos y conocidos comunes (de esos de más de diez años) desde tu lista de enlaces, luego vuelvo al tuyo, y de ahí (ombliguismo mediante) entro al mío. Entonces veo la portada con cuadro de Hopper, leo el texto de contraportada y me digo emocionado: "cipote (cámbiese por cualquier taco al uso), si no he cambiado nada en diez años, me sigue gustando el mismo tipo de literatura..."
Aún lloro emocionado.
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