Alter Vita

Porque la vida no es suficiente

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Lugar: Badajoz, Spain

lunes, noviembre 27, 2006

Call center bytes, 2

El médium.

Entre el jolgorio general que domina el call center, las risas y las carreras, los coqueteos de cajetín a cajetín, las bolsas de panchitos y, de vez en cuando, algún timbrazo inoportuno, se destaca una figura sobria, ensimismada, casi autista. Mirándola uno caería en la tentación de pensar que es el orgullo de las coordinadoras, el ojito derecho del gineceo de reinas-madre que administra la rumorosa y agitada vida de la colmena: siempre tan serio, tan ajeno, su mirada nunca despegándose del rácano horizonte de su cajetín, en cuyos confines parece encontrar algún ignoto paraíso del todo invisible para sus compañeros. Qué ejemplar, pensará uno, qué aplicado, comentará otra, qué aburrimiento, bostezarán todos.

Pero si uno se acerca a investigar, y se embosca más o menos discretamente tras los hombros de este individuo, podrá ver más de un fenómeno sorprendente. Para empezar constatará que su mano nunca descansa, que no deja ni por un momento de zaherir el papel en el que, entre números de teléfono, nombres de clientes, ciudades y demás información desechable, crece la grafía de una firma irregular, que se repite una y otra vez invadiendo imparable todos los rincones en blanco que deja la mezquina acumulación de datos inútiles. El resultado es de un cierto horror vacui, y deja al observador un regusto metafísico en el paladar.

La tentación de preguntar es alta, más cuando se constata que la firma no parece corresponder al nombre conocido, que el individuo repite puntualmente tras cada timbrazo -con la apariencia de quien surge de un trance hipnótico- dentro de la fórmula ritual de saludo. Uno esperará entonces verlo terminar su gestión, y en el siguiente entreacto se fijará en cómo esa mirada se le vuelve a extraviar en un punto invisible, en cómo esa mano arranca de nuevo a escribir a su aire, como dotada de vida propia, al dictado de una voz que sólo ella parece escuchar. Y mientras esa firma obsesiva seguirá extendiéndose, primero rápida y furiosa, luego con languidez y trazo algo fantasmal -la mano tonta de quien ya apenas atiende a lo que hace- sobre un folio detrás de otro...

Un nuevo timbrazo hará volver en sí a este hombre, que, de nuevo él mismo, repetirá la fórmula de bienvenida oportuna; si bien esta vez, al llegar a su nombre, la voz sonará algo vacilante. Y entonces todo quedará claro al fin, y uno volverá a su asiento callado, pensando oscuramente en los laberintos de la identidad, los fantasmas rencorosos que acechan para recordarnos quién fuimos o quién quisimos ser, dinamitando la fe en un presente quebradizo, un yo incierto.

Luego uno volverá al trabajo, y ya en la primera llamada dudará. Aquél que siempre se jactó de atender con la fría eficacia del contestador automático, descubrirá cómo, ante la voz inquisitiva al otro lado de la línea, le pasa lo que nunca le ocurrió. Un gatillazo inexplicable.

La grabación se le atasca.

domingo, noviembre 26, 2006

Call center bytes, 1

La teleoperadora pin-up.

Entre la multitud de cabezas gachas, cabezas ensimismadas y parlantes, cabezas cenicientas, una cabellera rubia óxido la delata. Lo primero que se piensa es que esos labios rojos, esa mirada azul merecen otros horizontes que el aburrido skyline de cajetines idénticos, simétricos y alineados con la perfección del hastío. Los labios rojos uno los imagina susurrándole insinuantes desde las páginas de un calendario de pared; la mirada azul uno la ubica dominando fría un escenario sembrado de neones, o reflejando otros azules en una eterna tarde de otoño junto al mar.

Luego uno sabe de su temprana y doble maternidad, y el personaje a punto está de desmoronársele. Por suerte un azar acude en su auxilio: una tarde él la verá respondiendo una llamada, una de mil, y reparará en la forma en que ella administra sus murmullos -con los que hace saber a su cliente que comprende lo que él le dice, que está atenta a sus necesidades y exigencias-; el sonido de su voz inarticulada recordará entonces a los gemidos que se fingen en el amor, y la mirada, más afilada y hastiada que nunca, buscará el techo de la oficina ante las arremetidas vigorosas -estrictamente verbales- del ignoto oyente.

Más tarde un taconeo apresurado en el piso de arriba, seguido de un fulgurante destello rubio óxido en la puerta, convencerá al narrador de lo que antes ha intuido.

Hay personaje.

sábado, noviembre 04, 2006

Trainytale (VI)

Ella le está mirando.

La puerta de roble estalla al fin, y una nada a borbotones irrumpe en el pasillo, devorándolo todo a su paso. Ya es tarde, pero aún puedo escuchar un chirrido de metal contra metal –el lamento de los frenos de emergencia de un tren desbocado- tratando de evitar la catástrofe, resonando en la oscuridad de repente enferma, debilitada, llena de grietas por las que se cuela una claridad imprecisa…

Ella le está mirando.

Pero los dos pozos negros siguen ahí, y de repente sé que son ellos los que invocan la nada, la misma nada que se los llevará por delante junto con todo lo negro que resistía al blanco. ¿Qué está pasando?, me pregunto por última vez, y la luz crece poco a poco y me descubre viajero de otro tren bien distinto, sumergido en el túnel ceniciento de una tarde lluviosa, y los mismos ojos negros -¿son realmente los mismos?- me devuelven una mirada que se derrama en lentos regueros sobre un cristal…

Ella le está mirando.

Y al fin lo acepto, la inutilidad de la máscara, el peso de las miradas, la imposible inocencia del espectador, y me siento diluir en lentos regueros negros sobre la blanca marea que me lleva…

(Continuará...)