Alter Vita

Porque la vida no es suficiente

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Lugar: Badajoz, Spain

martes, septiembre 19, 2006

Trainytale (III)

…Y de repente lo entiendo todo. La comprensión me alcanza como una bofetada de mujer, cruzándome la cara que imagino lívida, empujándome contra el respaldo de mi asiento en una violenta convulsión de la que nadie a mi alrededor parece darse cuenta. Quizá sea mejor así, que no perciban en sus propios cuerpos la súbita aceleración de un tren que, ahora sí, se adentra de verdad en la más profunda de las noches…

Recibirá instrucciones en el tren. La frase retumba de un lado al otro del vagón, como una fantasmal megafonía que se ocupara de avisar a los viajeros de la próxima parada, en este recorrido de repente inscrito –y la palabra me parece singularmente apropiada- en la geografía de la pesadilla. Pero la voz sólo está en mi mente, en el recuerdo de hace apenas dos días; la cita en el callejón de siempre, Jake haciéndome el macabro encargo sin nombre –“recibirá instrucciones en el tren”- ante la sonrisa estúpida de sus secuaces, el desconocido embozado por las sombras que esperaba en el interior del automóvil como la única anomalía en la escena familiar, la única diferencia con respecto a la situación tantas veces vivida…

…Y entonces el recuerdo retrocede y cambia, se tiñe de un resplandor que barre de un plumazo la bruma del callejón y la transforma en la arena blanquísima de una playa privada, solitaria salvo por nosotros dos; ella, majestuosa de indiferencia, caminando unos pasos por delante de mí y desprendiéndose lánguidamente de sus ropas como si no hubiera nadie más; yo, henchido de deseo, manteniendo a duras penas la distancia preceptiva mientras vigilo incómodo las dunas a nuestro alrededor… Cuando ella se gira hacia mí y pronuncia mi nombre sé –sé una vez más, sé en el recuerdo- sin asomo de duda o remordimiento que no hay nada que hacer, que ante mujeres así sólo cabe doblegarse, olvidar lo acordado y lo razonable y lo conveniente y vender si es preciso el alma al diablo que anida en unos ojos negros…

En este punto la moviola de mi recuerdo se acelera frenética, mezcla sin orden ni concierto todo tipo de sensaciones: la dulce quemazón en la piel de una arena como mil agujas al rojo, el sabor doblemente salado de un sexo imposible de saciar, la arremetida de las olas mimetizando esa otra arremetida, la de los amantes que se entrelazan como al principio mismo de los tiempos…Luego los días se enlentecen, se suceden morosamente conformando un único día eterno, una tregua de sol y agua en la que parece resumirse el mundo, poco más que una casa al borde de la arena azotada por la brisa del mar…Y luego la tregua acaba, y la realidad toma al asalto nuestro rincón de sueño, y el hombre que nos posee –a ti, su esposa, a mí, su siervo- vuelve a tirar de las riendas que nos atan recordándonos cómo son las cosas, dejando dolorosamente de manifiesto lo ridículo de esa vieja y lamentable historia del guardaespaldas que no debe enamorarse y se enamora de la persona que ha de proteger…

La imagen vuelve a cambiar y queda fijada en el presente, en la mujer ahora tan distinta, casi irreconocible, que se encoge en su asiento y cabecea nerviosa como queriendo ahuyentar el revoloteo de las miradas sobre ella... No ha pasado tanto tiempo, pero los ojos negros que adivino tras sus gafas oscuras ya no son aquellos ojos negros, y la línea cruel de esos labios que se vertieron sobre los míos condescendientes, casi con desprecio, aparece ahora quebrada en mil pequeñas inflexiones que hormiguean y se contradicen y traicionan, dibujando el mapa de una incertidumbre recorrida por el miedo…Es el rostro de una mujer que huye, y yo sé exactamente de qué; como sé que no lo logrará, que todos sus pasos –aun éstos en apariencia inesperados, también aquéllos descalzos sobre la arena- han sido siempre fríamente observados, y este desenlace del que formo parte involuntaria no es más que la venganza infinitamente atroz de aquél que tira de los hilos, para quien somos apenas sus desdichadas marionetas…

Recibirá instrucciones en el tren, vuelvo a escuchar; y mientras todo queda claro en mi mente –la identidad del desconocido embozado en las sombras, el anonimato de la víctima propuesta, el sueldo sospechosamente elevado, irrechazable, por un encargo de tan poca monta- mi mano, ahora sí, se cierra firmemente sobre la culata del revólver…

(Continuará...)

sábado, septiembre 16, 2006

Sombras en la Ciudad Oscura, 1

Sentado plácidamente en el autobús, camino del trabajo, le ocurrió lo siguiente: cuando el vehículo se detenía por el disco rojo de un semáforo, frente a un concurrido paso de peatones, un curioso efecto óptico (mezcla de ventanas, retrovisores y aun el cristal de sus lentes) le trajo un rostro conocido, pero imposible de ubicar: el de ella, la mujer (que fue) amada, fugazmente entrevista en un reflejo improbable, que destelló por un instante entre los transeúntes de carne y hueso que, ellos sí (no como los meramente imaginados), se afanaban en cruzar el paso de cebra... El resto es fácil de adivinar, y quizá no merezca más que un leve reproche, entreverado en una sonrisa de comprensión: la buscó -qué iba a hacer-, mirando a un lado y a otro, contabilizando rostros bostezantes, cuerpos que se bamboleaban sobre el empedrado blanco y gris, camino de mil ignotos destinos... Al cabo, cuando comprobó que nadie encarnaba -nadie quería encarnar- el evanescente rostro de su recuerdo, llegó a la conclusión de que, de alguna manera, éste había quedado emboscado al fondo mismo de sus lentes, preparado para asaltarlo a traición a la mínima oportunidad que se le presentara... Como le asaltó un verso de una canción que había significado algo para él, que ingenua y románticamente había querido protagonizar, y que ahora, al otro lado de las cosas, significaba algo bien distinto...

"Más viejo y más cansado vuelvo a mi asiento..."

Del ser y la apariencia...

¿Qué es lo interesante de la metaliteratura? ¿El jugueteo intelectual, la mera frivolité, la pretensión posmoderna de dinamitar la creencia en lo real, de establecer que todo es simple (o compleja) apariencia?...

Para mí lo interesante de la metaliteratura es su potencial liberador. Nos hace dueños de un mundo otro, en el que podemos hacer y deshacer (aproximadamente) a nuestro antojo. La paradoja de que ese mundo sea concebido y asumido como ficticio, sin las pretensiones veristas de la literatura del XIX, sólo refuerza su poder, su capacidad de conectar con el imaginario personal y hacerlo volar. Sabemos ya que no hay otros mundos. Por lo tanto, sólo podemos soñar -aun cínicamente- con inventarlos.

Pero ésta es un arma de doble filo. La capacidad de conmoverse con las ficciones propias, de darles un peso excesivo en el contexto de lo real, siempre amenaza al creador de ficciones que aún se arroga la tarea de salvaguardar ese sutil puente, entre lo visible y lo invisible, que conecta vida y literatura. Al fin y al cabo, ese puente suele ser transitado, fundamentalmente, por fantasmas.

Sucede así en "Una canción del ser y la apariencia", del holandés Cees Nooteboom, una reflexión extremadamente bella y extremadamente triste sobre la creación literaria y sus "riesgos". La historia del escritor que planea una obra que a su vez infecta su realidad, poblándola de las sombras de seres que nunca existieron pero que ahora existen, no es nada nueva (véase "Niebla", de Unamuno)... Lo que quizá singulariza esta nouvelle es su tono crepuscular, la ausencia de cualquier certeza, la neblina que asienta sobre cualquier precepto de la escritura, erosionando fórmulas y decálogos y manuales y situando el debate literario en un ámbito más -si me permiten- metafísico...

¿Qué es escribir?, se pregunta una y otra vez el personaje de Nooteboom (quizá el propio Nooteboom), y la pregunta sin respuesta remite a otra, más terrible: ¿por qué escribir? ¿Qué sentido tiene apilar ficciones sobre la realidad? La escritura es vista aquí como una pulsión casi orgánica, pero a la vez extremadamente frágil, declinante como el propio cuerpo, aquejada de vejez y escepticismo, y exenta casi por completo de alegría. Es una necesidad, pero, ay, en ella se va la vida, y las incógnitas permanecen intactas cuando uno alza la vista del papel...

Es ese misterio esencial de la escritura, ilustrado por el propio proceso de creación de una historia, lo que hace de esta novela algo tan atrayente, en lo que, como lector, uno se siente implicado moralmente (reflexión al margen: estoy descubriendo esa calidad moral -perdonen que insista en el vocablo- en la literatura mitteleuropea, tan alejada de las fáciles alegrías y los gastados estereotipos de otras tradiciones que se cuestionan menos a sí mismas). Las sombras que vagan entre las estancias vacías que va ocupando el escritor son reales, en el sentido más feliz de la palabra, y uno no puede evitar que, cuando al final de la novela (de esta novela sin final) un manuscrito es roto en mil pedazos a los que para más ensañamiento se prende fuego, se le haga un nudo en la garganta y le venga a la cabeza la palabra asesinato...

De ese incendio, ese único acto propiamente dicho en toda la novela, no surge más que la espesa ceniza de nuevas dudas, que manchan de gris la plácida existencia del lector. El misterio permanece intacto, porque no tiene solución. La vida, mientras tanto, continúa...

martes, septiembre 05, 2006

Una canción del ser y la apariencia (Cees Nooteboom)

Permitidme apropiarme una vez más de palabras ajenas, en este caso las del escritor neerlandés Cees Nooteboom, para abrir quizá un debate entre la comunidad letraherida; o, al menos, para sembrar de dudas (razonables) lo que a menudo hacemos sin pensar, como algo natural, que sin embargo, a poco que lo cuestionemos, revela su esencial extrañeza...
El libro es "Una canción del ser y la apariencia" (Galaxia Gutenberg), una especie de western crepuscular en el que el pistolero en decadencia es un escritor que ha dejado de ser el más rápido a este lado del Rin (estas historias sólo se cuentan en la literatura mitteleuropea), y se debate con una historia en ciernes (de cuyo proceso de nacimiento el lector es testigo privilegiado) mientras trata de establecer para sí mismo cuál es la necesidad del acto de la escritura... Pero mejor se explicará él:

"Hay algo inefablemente triste en los escritores solos en su despacho. Tarde o temprano llega un momento en sus vidas en el que dudan de lo que están haciendo. Quizá sería extraño si no sucediera así. Con el paso de los años la realidad se va haciendo cada vez más importuna, y al mismo tiempo menos interesante, precisamente por el exceso de la misma. ¿Hay que añadir realmente algo más? ¿Hay que apilar lo inventado encima de lo existente sólo porque alguien, cuando era joven y había vivido aún poco de lo que se llama realidad, hubiera inventado sin más algo de pseudorrealidad y consecuentemente todo el mundo le hubiera llamado escritor?"



Amén...


Ampliando:
"Tú crees que el mundo sólo existe cuando escribes. Tú, que no quieres escribir -porque parto de que alguien que no ha escrito durante un período tan largo de tiempo en realidad no quiere o no se atreve a escribir-, crees mucho más en la escritura que yo. Porque si el mundo sólo existe cuando escribes, entonces lo que en realidad estás diciendo es que sólo existes cuando escribes. Y eso significa -dijo retrepándose con satisfacción- que en cada momento debes tomar la decisión de si quieres vivir realmente o no. No dudas de la autenticidad de tus personajes, sino de la autenticidad de ti mismo. Si puedes inventar a alguien, también alguien te ha podido inventar a ti."

lunes, septiembre 04, 2006

El percherón mortal (John Franklin Bardin)


Dos perlitas extraidas de esta obra "de entretenimiento":

"Las cicatrices producen crímenes".

"Podría considerarse el crimen como la broma definitiva y, a la inversa, a la broma como la forma social del asesinato".