Trainytale (III)
Recibirá instrucciones en el tren. La frase retumba de un lado al otro del vagón, como una fantasmal megafonía que se ocupara de avisar a los viajeros de la próxima parada, en este recorrido de repente inscrito –y la palabra me parece singularmente apropiada- en la geografía de la pesadilla. Pero la voz sólo está en mi mente, en el recuerdo de hace apenas dos días; la cita en el callejón de siempre, Jake haciéndome el macabro encargo sin nombre –“recibirá instrucciones en el tren”- ante la sonrisa estúpida de sus secuaces, el desconocido embozado por las sombras que esperaba en el interior del automóvil como la única anomalía en la escena familiar, la única diferencia con respecto a la situación tantas veces vivida…
…Y entonces el recuerdo retrocede y cambia, se tiñe de un resplandor que barre de un plumazo la bruma del callejón y la transforma en la arena blanquísima de una playa privada, solitaria salvo por nosotros dos; ella, majestuosa de indiferencia, caminando unos pasos por delante de mí y desprendiéndose lánguidamente de sus ropas como si no hubiera nadie más; yo, henchido de deseo, manteniendo a duras penas la distancia preceptiva mientras vigilo incómodo las dunas a nuestro alrededor… Cuando ella se gira hacia mí y pronuncia mi nombre sé –sé una vez más, sé en el recuerdo- sin asomo de duda o remordimiento que no hay nada que hacer, que ante mujeres así sólo cabe doblegarse, olvidar lo acordado y lo razonable y lo conveniente y vender si es preciso el alma al diablo que anida en unos ojos negros…
En este punto la moviola de mi recuerdo se acelera frenética, mezcla sin orden ni concierto todo tipo de sensaciones: la dulce quemazón en la piel de una arena como mil agujas al rojo, el sabor doblemente salado de un sexo imposible de saciar, la arremetida de las olas mimetizando esa otra arremetida, la de los amantes que se entrelazan como al principio mismo de los tiempos…Luego los días se enlentecen, se suceden morosamente conformando un único día eterno, una tregua de sol y agua en la que parece resumirse el mundo, poco más que una casa al borde de la arena azotada por la brisa del mar…Y luego la tregua acaba, y la realidad toma al asalto nuestro rincón de sueño, y el hombre que nos posee –a ti, su esposa, a mí, su siervo- vuelve a tirar de las riendas que nos atan recordándonos cómo son las cosas, dejando dolorosamente de manifiesto lo ridículo de esa vieja y lamentable historia del guardaespaldas que no debe enamorarse y se enamora de la persona que ha de proteger…
La imagen vuelve a cambiar y queda fijada en el presente, en la mujer ahora tan distinta, casi irreconocible, que se encoge en su asiento y cabecea nerviosa como queriendo ahuyentar el revoloteo de las miradas sobre ella... No ha pasado tanto tiempo, pero los ojos negros que adivino tras sus gafas oscuras ya no son aquellos ojos negros, y la línea cruel de esos labios que se vertieron sobre los míos condescendientes, casi con desprecio, aparece ahora quebrada en mil pequeñas inflexiones que hormiguean y se contradicen y traicionan, dibujando el mapa de una incertidumbre recorrida por el miedo…Es el rostro de una mujer que huye, y yo sé exactamente de qué; como sé que no lo logrará, que todos sus pasos –aun éstos en apariencia inesperados, también aquéllos descalzos sobre la arena- han sido siempre fríamente observados, y este desenlace del que formo parte involuntaria no es más que la venganza infinitamente atroz de aquél que tira de los hilos, para quien somos apenas sus desdichadas marionetas…
Recibirá instrucciones en el tren, vuelvo a escuchar; y mientras todo queda claro en mi mente –la identidad del desconocido embozado en las sombras, el anonimato de la víctima propuesta, el sueldo sospechosamente elevado, irrechazable, por un encargo de tan poca monta- mi mano, ahora sí, se cierra firmemente sobre la culata del revólver…
(Continuará...)