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Porque la vida no es suficiente

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sábado, septiembre 16, 2006

Del ser y la apariencia...

¿Qué es lo interesante de la metaliteratura? ¿El jugueteo intelectual, la mera frivolité, la pretensión posmoderna de dinamitar la creencia en lo real, de establecer que todo es simple (o compleja) apariencia?...

Para mí lo interesante de la metaliteratura es su potencial liberador. Nos hace dueños de un mundo otro, en el que podemos hacer y deshacer (aproximadamente) a nuestro antojo. La paradoja de que ese mundo sea concebido y asumido como ficticio, sin las pretensiones veristas de la literatura del XIX, sólo refuerza su poder, su capacidad de conectar con el imaginario personal y hacerlo volar. Sabemos ya que no hay otros mundos. Por lo tanto, sólo podemos soñar -aun cínicamente- con inventarlos.

Pero ésta es un arma de doble filo. La capacidad de conmoverse con las ficciones propias, de darles un peso excesivo en el contexto de lo real, siempre amenaza al creador de ficciones que aún se arroga la tarea de salvaguardar ese sutil puente, entre lo visible y lo invisible, que conecta vida y literatura. Al fin y al cabo, ese puente suele ser transitado, fundamentalmente, por fantasmas.

Sucede así en "Una canción del ser y la apariencia", del holandés Cees Nooteboom, una reflexión extremadamente bella y extremadamente triste sobre la creación literaria y sus "riesgos". La historia del escritor que planea una obra que a su vez infecta su realidad, poblándola de las sombras de seres que nunca existieron pero que ahora existen, no es nada nueva (véase "Niebla", de Unamuno)... Lo que quizá singulariza esta nouvelle es su tono crepuscular, la ausencia de cualquier certeza, la neblina que asienta sobre cualquier precepto de la escritura, erosionando fórmulas y decálogos y manuales y situando el debate literario en un ámbito más -si me permiten- metafísico...

¿Qué es escribir?, se pregunta una y otra vez el personaje de Nooteboom (quizá el propio Nooteboom), y la pregunta sin respuesta remite a otra, más terrible: ¿por qué escribir? ¿Qué sentido tiene apilar ficciones sobre la realidad? La escritura es vista aquí como una pulsión casi orgánica, pero a la vez extremadamente frágil, declinante como el propio cuerpo, aquejada de vejez y escepticismo, y exenta casi por completo de alegría. Es una necesidad, pero, ay, en ella se va la vida, y las incógnitas permanecen intactas cuando uno alza la vista del papel...

Es ese misterio esencial de la escritura, ilustrado por el propio proceso de creación de una historia, lo que hace de esta novela algo tan atrayente, en lo que, como lector, uno se siente implicado moralmente (reflexión al margen: estoy descubriendo esa calidad moral -perdonen que insista en el vocablo- en la literatura mitteleuropea, tan alejada de las fáciles alegrías y los gastados estereotipos de otras tradiciones que se cuestionan menos a sí mismas). Las sombras que vagan entre las estancias vacías que va ocupando el escritor son reales, en el sentido más feliz de la palabra, y uno no puede evitar que, cuando al final de la novela (de esta novela sin final) un manuscrito es roto en mil pedazos a los que para más ensañamiento se prende fuego, se le haga un nudo en la garganta y le venga a la cabeza la palabra asesinato...

De ese incendio, ese único acto propiamente dicho en toda la novela, no surge más que la espesa ceniza de nuevas dudas, que manchan de gris la plácida existencia del lector. El misterio permanece intacto, porque no tiene solución. La vida, mientras tanto, continúa...

2 Comments:

Blogger José L. Muñoz Expósito said...

La belleza más sublime de la metaliteratura es su afán libertador (que es algo más que liberador).

Pero - me parece a mí - pierde algo por culpa de esa liberación. La literatura, sea cual sea su motivación, su fin, sus medios, es como un puente entre dos seres, el escritor y el lector. La metaliteratura prescinde - en demasiadas ocasiones - del sujeto "lector". Y algo que se escribe para no leerse no debería publicarse en un libro. Puede quedarse en el disco duro del escritor como un mero juego literario (o un más sublime taller de escritura).

Siento que esta conversación la hemos tenido millones de veces, pero no me resisto al juego, que, quizás, no es más que otra manera de hacer metaliteratura.

Un abrazo, Don Julio...

5:05 p. m.  
Blogger Julio Abelenda said...

Siento algo curioso: cada vez que un escritor me presenta a sus personajes como "ficticios" (por ejemplo, convirtiéndose a sí mismo en un personaje, que vaga entre los demás tratando de indagar la historia que puede contar acerca de ellos), "me los creo" más que si me los presentaran como "reales", en una novela tradicional "de ésas que no se cuestionan a sí mismas" (¿pre-post-modernas? ;-P). Sé que es una paradoja, y disfruto (perversamente) con ella. Para mí el proceso de creación lo es todo: no un intento de "imitar a Natura" (imposible, y además: ¿para qué? ¿qué necesidad hay de "otra realidad", tan triste y decepcionante como la "real"?), sino una creación autónoma que vive y muere en sí misma, y que, precisamente por sus escasas pretensiones (apenas iluminar algo del interior del autor) acaba resultándome mucho más atractiva y comprensible y "humana". No se trata de componer imponentes frescos históricos para tratar de decir la última palabra sobre el hombre y su época; sólo de decir "esto siento", o, mejor aún: "esto dudo", y con ello recoger retazos del desamparo y la incertidumbre de tantos lectores...

No me parece que la metaliteratura prescinda del lector. No, al menos, de este lector.

Encantado de repetir conversaciones (éstas son las más fructíferas).

Un abrazo.

12:29 p. m.  

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