La vida otra
Hoy me sucedió algo minúsculo, pero que me ha dejado ese rastro de sensación propio de los (re)descubrimientos importantes... Como siempre estoy leyendo varios libros a la vez, y he destinado uno de ellos al trabajo, a los escasos momentos de tranquilidad en que los usuarios de un móvil Vodafone están en paz con el mundo y no necesitan que alguien les diga el voltaje de la red eléctrica canadiense o el significado de la palabra "lagarterana" (ejemplos extraidos de la -aún breve- experiencia profesional de este servidor)... El caso es que sí, entre llamada y llamada, en una pirueta un tanto inverosímil, consigo seguir la trama de un delicioso bolsilibro que atiende al nombre de "El percherón mortal", y a la autoría de ese singular escritor de noir psicológico que fue John Franklin Bardin (aprovecho para recomendarlo encarecidamente). Pero en casa, mientras Bardin duerme el sueño de los justos en la taquilla del curro, me esperan otras (in)fidelidades deleitables, cual es la del conjunto de novelas cortas de José Carlos Somoza reunidas bajo el título de "El detalle"...
Pues bien: ambos libros tienen un protagonista masculino (en el caso de Somoza, me refiero a la tercera de las novelas contenidas, que estoy leyendo actualmente). El detalle parece anecdótico, pero cuando ambos personajes tienen una textura, digamos, común, es fácil que se deslicen detalles del uno al otro, en feliz simbiosis... Así, me he encontrado leyendo a Bardin y presuponiendo que su desventurado protagonista tiene cincuenta años, detalle que, al volver a Somoza, he encontrado expreso al hablar de su no menos desventurado alter ego. ¿Tiene el George Matthews de la novela de Bardin realmente 50 años o sólo le he atribuido esa característica porque me sonaba de algo, sin saber que lo había leído en la novela de Somoza?...
(Perdonen la ensalada...)
No lo sé, ni tiene importancia alguna. Lo importante es que esta contaminación de lecturas, quizá a primera vista perniciosa, me parece una demostración más de lo rico e interactivo que es el proceso de la lectura. Y es que los caracteres no están escritos como un destino irrevocable, sino que reviven, nuevos cada vez, en la experiencia de cada lector. La mirada que se dirige al papel no busca leyes ni fórmulas, sino vida; como tal, concede a ese conjunto informe de palabras, negro sobre blanco, la posibilidad de representar y aun de ser una realidad otra, una vida otra, que a menudo deviene más interesante que la propia
(perdonen la boutade; no me suele suceder verme envuelto en conspiraciones para asesinar a estrellas del music hall, ni perder la memoria de los últimos meses de mi vida y tener que comenzar de cero con otra identidad -esto último no deja de sonar ciertamente deseable...).
Obviando comparaciones (no son necesarias), la vida que nos espera en los libros no es un fósil que visitar en el infinito museo de las historias, sino más bien una puerta a otra dimensión de la realidad, una vida otra en la que implicarse (cómodamente sentados en el sofá orejón del living room) para alcanzar esa felicidad íntima que sólo da la lectura... Cuanto más conscientes seamos de lo vivo de ese proceso, cuanto más sincera e ingenuamente (con la ingenuidad de un niño) participemos en él, más cerca estaremos de habitar, dichosos y plenos, esa vida otra...
Todo un tesoro a nuestro alcance.
Pues bien: ambos libros tienen un protagonista masculino (en el caso de Somoza, me refiero a la tercera de las novelas contenidas, que estoy leyendo actualmente). El detalle parece anecdótico, pero cuando ambos personajes tienen una textura, digamos, común, es fácil que se deslicen detalles del uno al otro, en feliz simbiosis... Así, me he encontrado leyendo a Bardin y presuponiendo que su desventurado protagonista tiene cincuenta años, detalle que, al volver a Somoza, he encontrado expreso al hablar de su no menos desventurado alter ego. ¿Tiene el George Matthews de la novela de Bardin realmente 50 años o sólo le he atribuido esa característica porque me sonaba de algo, sin saber que lo había leído en la novela de Somoza?...
(Perdonen la ensalada...)
No lo sé, ni tiene importancia alguna. Lo importante es que esta contaminación de lecturas, quizá a primera vista perniciosa, me parece una demostración más de lo rico e interactivo que es el proceso de la lectura. Y es que los caracteres no están escritos como un destino irrevocable, sino que reviven, nuevos cada vez, en la experiencia de cada lector. La mirada que se dirige al papel no busca leyes ni fórmulas, sino vida; como tal, concede a ese conjunto informe de palabras, negro sobre blanco, la posibilidad de representar y aun de ser una realidad otra, una vida otra, que a menudo deviene más interesante que la propia
(perdonen la boutade; no me suele suceder verme envuelto en conspiraciones para asesinar a estrellas del music hall, ni perder la memoria de los últimos meses de mi vida y tener que comenzar de cero con otra identidad -esto último no deja de sonar ciertamente deseable...).
Obviando comparaciones (no son necesarias), la vida que nos espera en los libros no es un fósil que visitar en el infinito museo de las historias, sino más bien una puerta a otra dimensión de la realidad, una vida otra en la que implicarse (cómodamente sentados en el sofá orejón del living room) para alcanzar esa felicidad íntima que sólo da la lectura... Cuanto más conscientes seamos de lo vivo de ese proceso, cuanto más sincera e ingenuamente (con la ingenuidad de un niño) participemos en él, más cerca estaremos de habitar, dichosos y plenos, esa vida otra...
Todo un tesoro a nuestro alcance.
5 Comments:
Interesante entraba Abelenda.
Consigues expresar una sensación creo que común a los lectores compulsivos "subtipo hidra" que leemos varios libros a la vez (sin poderlo evitar). Rasgos físicos, estados emocionales, paisajes y objetos saltan de un libro a otro, se intercambian entre los personajes, generando un espacio nuevo, tan rico como confuso. Espacios de transición entre la realidad literaria y la personal, mestizos y contaminados.
Saludos.
Y es exactamente de ese espacio híbrido (entre literatura y realidad, y/o entre literatura y literatura) de donde ha de provenir la creación literaria, la verdadera, que a veces dejamos a un lado cuando escribimos-leemos de manera funcionarial, olvidándonos de que el escritor-lector trabaja con los mismísimos materiales de la vida... Por ahí iba yo.
Ahora, creo que tengo dos personajes en un tren esperando que les haga una transfusión de vida, para recuperar el movimiento y la palabra...
Saludos, doc.
Hola Julito: quisiera conocer tu opinión sobre Francisco Umbral puesto que estoy leyendo una de sus obras, "Mortal y rosa" de 1975. Para saber si lo consideras escritor maldito. Curiosamente, al poco de comenzar a leerlo descubro en la biblioteca donde curro actualmente otra obra suya dedicada a Federico García Lorca. ¿Casualidad o causalidad? Llamaré a Iker Jiménez.
Por si acaso ya estoy almacenando en mente títulos para continuar la lectura, como "Érase una vez la URSS" de Dominique Lapierre... alguna otra recomendación?
Fdo. Frente de cacereños exiliados en Málaga
Saludos, frente (huy qué falangista ha sonado esto, con lo fácil que es decir "hola, Ana"...). Mi única opinión sobre Paquito (el chocolatero) Umbral es que yo he venido aquí a hablar de mi libro, estoooo, que no tengo opinión. No he leído nada suyo. Pero si he (h)ojeado cosas, y me parece que escribe como Dios. También te puedo decir, basándome en mi reconocida habilidad como contraportadista, que "Mortal y rosa" está considerada su mejor obra... Y hasta aquí puedo leer.
No me atrevo a recomendarte nada, viendo lo ecléctico de tus lecturas... Sólo deja que unos libros llamen a otros, y todo irá OK.
(Esto no significa que después de leer el libro de recetas de Florinda Chico debas leer el de Isabel Pantoja...)
En cuanto a lo de Iker... Cuidadín. Por casualidades como esa empiezan todos los grandes misterios. Sólo recuerda la sabia pregunta que Iker-Friker espeta a todos sus invitados: "¿Podría aterrizar un avión en mi frente?"...
Sssshhhh...
Siga usted leyendo a Bardin...
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