Un paseo por la Ciudad Oscura...
Me acerco a Dark City (y es mi cuarta vez en la Ciudad Oscura) con el temor con que revisitamos las obras que nos han dejado una profunda huella en el pasado, pero de las que no sabemos si mantendrán aún su vigencia, tras tantas lecturas y visionados (y aun experiencias) que nos han vuelto más sabios y más exigentes y más cínicos... Es cierto, en ese sentido, que la ciencia-ficción no significa para mí lo que significó antaño; que me resulta ahora lejana, acartonada, meramente escapista y, en el peor de los sentidos, bastante alienígena... Pero Dark City me sigue pareciendo una obra maestra.
Encuentro en la Ciudad Oscura que soñó Alex Proyas (un director luego -artísticamente- malogrado) tantas metáforas, tantos símbolos... En aquel lejano '97 sólo podía decir lo cool que me parecía la ambientación, la idea de situar una película de ciencia-ficción en un decorado que parecía sacado de los cuadros de Edward Hopper(mentira: en el 97 no conocía a Edward Hopper), y apenas hablar de lo conmovedora que me resultaba... Ahora, renovada la admiración tras un visionado trémulo y gozoso, lleno de reencuentros y nostalgias, creo que puedo decir algo más.
Dark City habla, a un nivel profundo (más allá de los decorados de cartón piedra y los efectos especiales voluntariamente retro) de la búsqueda de todo hombre de una identidad; una que le cuadre, sin importar si es ficticia o real (y el concepto de identidad real es puesto en tela de juicio a lo largo de toda la película, de una manera aparentemente naïf pero quizá bastante más perversa de lo que parece). El protagonista, un hombre sin memoria cuyo mundo se desmorona a su alrededor, se aferra con desesperación a su único recuerdo, el de su infancia en un lugar paradisíaco llamado Shell Beach, tan distinto a la Oscura Ciudad que ahora habita (y esto, la vuelta a una infancia idílica en medio de un mundo alienante que se nos revela incomprensible, no deja de ser una metáfora de significado bastante evidente). En ese sentido, el final, en el que el protagonista vence a la Ciudad imponiéndole sus recuerdos (poco importa que éstos sean falsos), convirtiéndola (físicamente, pero esto es sólo un símbolo) en el escenario de su infancia, es el momento fundacional de la nueva identidad asumida; cuando le preguntan, en ese final prometedor y luminoso, cómo se llama, el protagonista responde reflexivamente "John...", y a continuación, con una sonrisa, recalca "John Murdock"... Y el nombre, que sabemos falso, nos suena por primera vez, realmente, verdadero.
Me encanta la manera en que Proyas utiliza la Ciudad como un escenario amenazante, casi el monstruo de la película; un lugar de alienación y derrota, refractario a los rayos de sol (permanentemente nocturno), donde uno sólo puede imaginar vidas vividas hacia dentro (lo cual es paradójico, si tenemos en cuenta que todos los habitantes de la Ciudad Oscura tienen recuerdos falsos; véase en ese sentido el personaje del inspector -magnífico William Hurt-, llevando a todas partes el acordeón regalado por su madre; no hace falta decir que ambos, madre y acordeón, son recuerdos igualmente falsos). La Ciudad crece, cambia, es algo orgánico; genera de la nada nuevos edificios, callejones estrechos, bulevares retorcidos, buscando siempre cercar, encerrar, contener ("¡No hay salida!", grita un personaje antes de lanzarse a las vías del metro)... ¿Una metáfora de la urbe posmoderna? Yo creo que sí.
Pero donde la película es profundamente conmovedora es -ya lo he dicho- en su significado simbólico: la búsqueda de uno mismo, la lucha del yo contra un entorno opresor, el afianzamiento en las ilusiones y los sueños de la infancia y la creación de una nueva identidad que, con la distancia de la madurez, sepa traducir esas ilusiones y sueños en el nuevo escenario de la edad adulta... Dark City es el triunfo del individuo contra la masa, contra el entorno alienante de la sociedad concebida como máquina productiva, contra la oscuridad de una vida sin alma que trata de encerrarnos en versiones empobrecidas de nosotros mismos...
¿Una victoria pírrica? Quizá la única posible.
Encuentro en la Ciudad Oscura que soñó Alex Proyas (un director luego -artísticamente- malogrado) tantas metáforas, tantos símbolos... En aquel lejano '97 sólo podía decir lo cool que me parecía la ambientación, la idea de situar una película de ciencia-ficción en un decorado que parecía sacado de los cuadros de Edward Hopper(mentira: en el 97 no conocía a Edward Hopper), y apenas hablar de lo conmovedora que me resultaba... Ahora, renovada la admiración tras un visionado trémulo y gozoso, lleno de reencuentros y nostalgias, creo que puedo decir algo más.
Dark City habla, a un nivel profundo (más allá de los decorados de cartón piedra y los efectos especiales voluntariamente retro) de la búsqueda de todo hombre de una identidad; una que le cuadre, sin importar si es ficticia o real (y el concepto de identidad real es puesto en tela de juicio a lo largo de toda la película, de una manera aparentemente naïf pero quizá bastante más perversa de lo que parece). El protagonista, un hombre sin memoria cuyo mundo se desmorona a su alrededor, se aferra con desesperación a su único recuerdo, el de su infancia en un lugar paradisíaco llamado Shell Beach, tan distinto a la Oscura Ciudad que ahora habita (y esto, la vuelta a una infancia idílica en medio de un mundo alienante que se nos revela incomprensible, no deja de ser una metáfora de significado bastante evidente). En ese sentido, el final, en el que el protagonista vence a la Ciudad imponiéndole sus recuerdos (poco importa que éstos sean falsos), convirtiéndola (físicamente, pero esto es sólo un símbolo) en el escenario de su infancia, es el momento fundacional de la nueva identidad asumida; cuando le preguntan, en ese final prometedor y luminoso, cómo se llama, el protagonista responde reflexivamente "John...", y a continuación, con una sonrisa, recalca "John Murdock"... Y el nombre, que sabemos falso, nos suena por primera vez, realmente, verdadero.
Me encanta la manera en que Proyas utiliza la Ciudad como un escenario amenazante, casi el monstruo de la película; un lugar de alienación y derrota, refractario a los rayos de sol (permanentemente nocturno), donde uno sólo puede imaginar vidas vividas hacia dentro (lo cual es paradójico, si tenemos en cuenta que todos los habitantes de la Ciudad Oscura tienen recuerdos falsos; véase en ese sentido el personaje del inspector -magnífico William Hurt-, llevando a todas partes el acordeón regalado por su madre; no hace falta decir que ambos, madre y acordeón, son recuerdos igualmente falsos). La Ciudad crece, cambia, es algo orgánico; genera de la nada nuevos edificios, callejones estrechos, bulevares retorcidos, buscando siempre cercar, encerrar, contener ("¡No hay salida!", grita un personaje antes de lanzarse a las vías del metro)... ¿Una metáfora de la urbe posmoderna? Yo creo que sí.
Pero donde la película es profundamente conmovedora es -ya lo he dicho- en su significado simbólico: la búsqueda de uno mismo, la lucha del yo contra un entorno opresor, el afianzamiento en las ilusiones y los sueños de la infancia y la creación de una nueva identidad que, con la distancia de la madurez, sepa traducir esas ilusiones y sueños en el nuevo escenario de la edad adulta... Dark City es el triunfo del individuo contra la masa, contra el entorno alienante de la sociedad concebida como máquina productiva, contra la oscuridad de una vida sin alma que trata de encerrarnos en versiones empobrecidas de nosotros mismos...
¿Una victoria pírrica? Quizá la única posible.
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